Hace muy poco se fue alguien muy muy cercano, así de pronto. Se despertó, desayunó y se acabó. Tan fugaz que aún hoy me cuesta creer que ya no está.
Y sí, me cuesta decir que murió, prefiero decir que ya no está porque para mí su recuerdo sigue vivo.
Era una persona tan disfrutona, tan alegre, tan llena de vida que me resulta especialmente injusto lo que le pasó. Una mañana la mala suerte se cruzó en su camino y no pudimos ni despedirnos.
Por esta tragedia que viví y por cómo era, ahora siento más que nunca lo importante que es disfrutar, cada momento, cada día, cada segundo. No como una loca, como si no hubiera un mañana, pero sin dejarte frenar o pensar eso de“bueno eso mejor lo dejo para otro momento”. Porque a lo mejor ese momento no llega.
La vida, sigue, no para.
Aunque para algunos se haya detenido para siempre, los que nos rodean se levantan cada mañana, continúan con su rutina y nosotros, aunque llevemos esa pérdida dentro, aprendemos a vivir sin él, a mantener su recuerdo vivo y a brindarle las alegrías que derrochaba.
Por todo eso, hoy mis ganas de vivir son mayores, porque la vida es tan efímera que no nos damos cuenta.
Porque la vida es esto; lo que ves ahora, lo que sientes ,las sensaciones que experimentes, los momentos de ilusión, los viajes, una buena comida, estar en buena compañía, cerca de los tuyos.
Y nunca, nunca (eso lo he aprendido) te calles un te quiero.
Así al menos te queda el consuelo de que el que se va, sabía lo mucho que te importaba.
Por él brindo estos días de Feria porque sé todo lo que disfrutaba, siempre al compás.
(Foto: Pixabay)